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Resumen
Resumen
Introducción
En los últimos 30 años han aparecido numerosas patologías infecciosas humanas, la mayoría de ellas con origen en los animales. Aunque el concepto «Un Mundo, Una Salud» fue desarrollado inicialmente para enfermedades emergentes como las causadas por los virus del Nipah, Ebola, MERS, gripes aviar y porcina, SARS o COVID19, [O1] [c2] esta concepción es igualmente válida para todas las enfermedades transmitidas de los animales al hombre. Las zoonosis han acompañado históricamente a quienes participan en el manejo de los animales, con pérdidas de días trabajados y costos adicionales que impactan la inversión estatal y privada en salud pública. Por otra parte, la exposición a peligros físicos, químicos y radiaciones en instalaciones inapropiadas sin la adopción de prácticas seguras contribuyen para que el trabajo con animales esté asociado a numerosas enfermedades profesionales (EP) y accidentes laborales (AL). La primera parte de este artículo discute la importancia de las EP, los AL y sus factores de riesgo, mientras que la segunda se centrará en las percepciones de riesgo de los trabajadores, el uso de elementos de protección personal (EPP) y la disposición final de residuos de la práctica veterinaria. Hasta el momento nuestras investigaciones involucraron 1491 trabajadores rurales y urbanos, 1741 veterinarios, 138 estudiantes de escuelas agrotécnicas y 1151 de veterinaria. Los proyectos se desarrollaron en 10 provincias argentinas por medio de censos o muestreos aleatorios simples (nivel de confianza 95-99%, error absoluto 3-5%, frecuencia previa 50-97%). El análisis estadístico incluyó χ2, test exacto de Fisher, t de Student, ANOVA, correlaciones de Pearson y de Spearman y regresión logística.
1. Enfermedades profesionales.
1.1. Zoonosis.
Estas enfermedades están entre las más relevantes por el contacto directo de los trabajadores con animales, sus secreciones, excreciones, productos, subproductos, cadáveres y muestras de material biológico. En áreas de Santa Fe y Entre Ríos, el 37% de los trabajadores ganaderos no se había sometido a una revisión médica en los últimos dos años. Además, sólo cuatro de cada 10 se habían realizado un análisis para el diagnóstico de brucelosis, registrándose un 29% de positividad. En el caso de la leptospirosis, el factor de riesgo más importante en Argentina fue el contacto con inundaciones (OR= 4,5 IC 95% 1,2; 17,3), mientras que el trabajo rural fue el segundo factor más importante con un incremento en el riesgo de enfermar de más de tres veces comparado con el trabajo urbano (OR= 3,4 IC 95% 1,4; 8,1).
Por otra parte, el 6% de 778 estudiantes de Veterinaria que cursaban en 13 Universidades argentinas habían sufrido alguna zoonosis, siendo las más frecuentes dermatofitosis y brucelosis. En Veterinarios rurales, la tasa de incidencia acumulada de brucelosis puede llegar hasta el 30%. Los Veterinarios que trabajaban en cuencas lecheras tuvieron dos veces más riesgo de enfermar que quienes lo hacían en zonas de cría bovina (P= 0,001), lo que puede estar relacionado con una mayor prevalencia en ganado de leche y una mayor tasa de contacto de los profesionales en actividades riesgosas como la atención de partos y la manipulación de abortos. A mayor tiempo de exposición, mayor riesgo de enfermedad, por lo que el riesgo de brucelosis fue 5 veces mayor entre quienes tenían de 11 a 20 años de antigüedad profesional y 8 veces mayor en los de más de 20 años, comparados con los egresados en los últimos 10 años previos a la encuesta (P˂ 0,001). Mientras tanto, la tasa de incidencia verdadera de brucelosis en clínicos de grandes animales fue del 20% y fue más alta en los primeros años posgraduación. En regiones bajo programas de control y erradicación de brucelosis bovina esta tasa disminuyó desde la década del 60 hasta el presente, acompañando el descenso de la frecuencia de bovinos enfermos.
Así como la brucelosis en Veterinarios se relacionó con la práctica en grandes animales, específicamente en bovinos, la práctica en pequeñas especies estuvo asociada a afecciones de la piel como la dermatofitosis, la sarna y las infestaciones con pulgas. La alta frecuencia de estas afecciones, sin embargo, no debe desviar la atención de la importancia de otras zoonosis detectadas entre los profesionales de Argentina que incluyeron leptospirosis, tuberculosis, carbunco, toxoplasmosis, mal de Chagas, psitacosis, salmonelosis, coriomeningitis, hidatidosis, estafilococosis, listeriosis, giardiasis, triquinosis y enfermedad por arañazo de gato (Bartonella henselae).
Tanto las poblaciones rurales como las urbanas tienen un conocimiento fragmentado de las zoonosis. Este concepto es el resultado de distintas investigaciones que realizamos en amas de casa, productores agropecuarios, tamberos, estudiantes de escuelas agrotécnicas e ingresantes a la carrera de Veterinaria. En zonas rurales las zoonosis más conocidas son la brucelosis, la tuberculosis y la triquinosis, mientras que en áreas urbanas lo son la rabia y la toxoplasmosis. No obstante, en todos los casos el conocimiento de las especies animales afectadas y los modos de transmisión al humano son incompletos e insuficientes para prevenir el contagio. Los veterinarios, junto a los otros trabajadores de la salud, tienen el deber social ineludible de constituirse en efectores de salud pública y capacitar a sus familias, sus clientes y al resto de la sociedad para disminuir el impacto de las zoonosis transmitidas por la fauna silvestre, las mascotas y los animales productores de alimentos.
1.2. Otras enfermedades.
Más allá de las zoonosis, las afecciones ergonómicas afectan en gran medida a quienes trabajan con animales. Entre el 46 y el 81% de los veterinarios clínicos padecía dolencias atribuibles a malas posturas en el ejercicio profesional, destacándose los problemas relacionados con la espina dorsal y los miembros superiores. Las molestias en la extremidades estuvieron asociadas al trabajo con grandes animales (P˂ 0,001) y a la mayor antigüedad profesional (P= 0,049). Esta última variable también estuvo asociada al dolor en columna vertebral (P= 0,014). Por su parte, la frecuencia de profesionales con dolores cervicales se asoció a un horario laboral más extenso (P= 0,004). No se registraron asociaciones significativas entre la frecuencia de profesionales con dolores atribuidos a malas posturas y el género.
2. Accidentes laborales.
2.1. Accidentes in labore.
En trabajos desarrollados en el centro oeste santafesino, el 6,4% de los trabajadores rurales había sufrido AL en los 12 meses previos a la encuesta y el 54% en algún momento de su vida laboral. Los accidentes más frecuentes fueron los aprisionamientos o atropellamientos por animales con resultados de contusiones y heridas localizadas mayoritariamente en piernas, manos y columna. La tasa de incidencia verdadera fue de 7,5 lesiones/100 individuos-mes en riesgo. Entre el 6 y el 50% de los accidentados tuvo ausencias laborales (57,9±106,1 días), el 27% requirió asistencia médica y el 3% fue hospitalizado. Los factores de riesgo asociados a los AL fueron la ocurrencia previa de lesiones ocupacionales en la familia (P= 0,005), la antigüedad laboral (P= 0,020), el tipo de actividad (P= 0,021) y el género del trabajador (P= 0,040). En un estudio de cohortes (N= 110, n= 78) se registraron 69 lesiones ocupacionales en un período de un año (máximo de seis lesiones afectando un trabajador). En la misma localización geográfica, el 66% de las mujeres con hijos que vivían en el campo había sufrido AL, con el agravante que generalmente ellas no usaban EPP.
Con respecto a los estudiantes de Medicina Veterinaria, dos tercios los jóvenes cursando la carrera en nueve provincias argentinas habían sufrido AL en la práctica con grandes y pequeños animales, con gran variabilidad entre universidades (P= 0,002). Los AL más frecuentes estuvieron vinculados con la exposición solar excesiva, los animales y los elementos punzocortantes. Aunque la atención clínica fue percibida como de riesgo medio o bajo, los AL se produjeron mayoritariamente en dichas instancias.
En Veterinarios de práctica mixta las heridas punzocortantes y traumáticas fueron las consecuencias más frecuentes de los AL. En la Provincia de Santa Fe tres de cada cuatro profesionales habían sufrido AL durante su último año de trabajo y el 19% había notificado algún accidente grave a lo largo de su trayectoria profesional. Esta última frecuencia está seguramente minimizada dado que los veterinarios tienen una tendencia a subestimar los AL, a tratarse a sí mismos y a continuar trabajando aún lesionados. En la Provincia de Mendoza, el 51% de los veterinarios de bovinos y equinos había trabajado en inferioridad de condiciones físicas y el 74% se había automedicado luego de un AL. Casi la totalidad de los veterinarios de grandes especies en Argentina ha tenido al menos un AL a lo largo de su carrera profesional. Las lesiones más frecuentes fueron contusiones, contracturas, escoriaciones y heridas, principalmente en miembros superiores (53%) e inferiores (30%). El 60% de los clínicos de grandes especies accidentados requirió atención médica y el 52% tuvo al menos un día de ausencia laboral debido a accidentes de trabajo (37,9±51,7 días). En profesionales dedicados a la producción porcina, el 84% sufrió AL, cuatro de cada 10 accidentados requirió atención médica y el 44,7% tuvo ausencias laborales (18,4±14,2 días). Las lesiones en profesionales de pequeñas especies fueron consecuencia de: pinchazos (78%), mordeduras (78%), rasguños (74%), cortes 43,5% y reacciones alérgicas (28%). El 13% requirió atención médica y tuvo al menos un día ausencia laboral. La mayoría de los animales llegan al consultorio sin bozal y aunque en general las mordeduras producen heridas menores, las complicaciones por infecciones polimicrobianas son frecuentes si no se trata la herida de manera rápida y eficaz. Estos AL fueron también frecuentes en profesionales que trabajaban con porcinos o con fauna silvestre. El 78% de los veterinarios había continuado trabajando en inferioridad de condiciones físicas y el 81% se había auto medicado luego de un AL. Estos eventos fueron más frecuentes entre los profesionales con más antigüedad profesional.
Las heridas punzocortantes con agujas hipodérmicas son las lesiones más frecuentes en la práctica veterinaria y están relacionadas con la impericia, los descuidos, la tendencia a volver a cubrir la aguja usada con su cobertor original, la carencia de recipientes para disposición de agujas y el movimiento de los pacientes durante los procedimientos médicos. Si bien en general la probabilidad de transmisión de zoonosis por autoinoculación es baja, el 15% de los veterinarios encuestados en la cuenca lechera de Santa Fe habían tenido accidentes con vacunas antibrucélicas conteniendo Cepa 19 (aerosol en los ojos, inoculación involuntaria y roturas de frascos o jeringas automáticas). Aun así, el 86% de los accidentados no lo consideró un evento grave. En trabajos realizados en Santa Fe (n= 562) y Tucumán (n= 210), las frecuencia de profesionales que se habían efectuado un análisis de brucelosis hacía menos de un año fueron bajas (7-18%), mientras que del 29 al 48% se habían efectuado un chequeo médico de rutina en ese período. El tiempo transcurrido desde la última vacunación antitetánica superó los 10 años entre el 8 y el 29% de los profesionales. La frecuencia de profesionales que se habían efectuado un análisis para detectar brucelosis en los últimos 2 años fue mayor entre quienes trabajaban en grandes especies (grandes 33,3%, ambos 20,0%, pequeños 10,6%; P= 0,005). Un resultado opuesto se obtuvo para quienes se habían vacunado contra rabia en ese período (grandes 15,2%, ambos 28,9%, pequeños 54,5%; P= 0,005). No se detectaron diferencias significativas en relación con los exámenes médicos de rutina ni la vacunación antitetánica.
2.2. Accidentes in itinere.
Las lesiones ocasionadas por los accidentes viales durante el traslado por razones laborales requieren muchas veces de períodos de recuperaciones más prolongadas que los AL in labore. Nuestras investigaciones en las Provincias de Buenos Aires, Córdoba, Mendoza, Santa Fe y Tucumán mostraron que la frecuencia de Veterinarios de grandes animales que sufrieron ese internación hospitalaria el 20%. La práctica con grandes animales exige transitar mayores distancias que otros trabajos con animales, superando en algunos casos los 100.000 km/año. En la Provincia de Buenos Aires, estos profesionales recorrieron 44.886,8±24.628,0 km/año e identificaron los factores más frecuentemente asociados con estos accidentes: el estado psicofísico (cansancio, estrés, sueño), otros conductores, el estado y la infraestructura de los caminos, las condiciones climáticas, la propia conducción, el cumplimiento de horarios y los animales sueltos.
3. Uso de elementos de protección personal.
Las EP y los AL no deben ser asumidos como algo natural de ocurrencia corriente y que, como tal, no implican la necesidad de cambio alguno. En general, las percepciones de los trabajadores sobre los potenciales riesgos laborales son inconsistentes con una labor segura, como se detallará a continuación. En ganadería bovina, el trabajo con animales fue percibido como de alto riesgo por una minoría de los trabajadores rurales (16%), mientras que las cifras en otras actividades no superaron el 50% (atención de partos: 29%, manipulación de cadáveres 34% y de abortos 41%). Por otra parte, aún en aquellas tareas percibidas como muy riesgosas, no se encontraron asociaciones entre esas percepciones y el uso de EPP. A modo de ejemplo, aunque el 85% de los trabajadores pensaba que el manejo de agroquímicos era de alto riesgo para su salud, el 93% nunca utilizaba máscara o protector facial (a veces: 5%; siempre: 2%).
En general los jóvenes y las mujeres tuvieron percepciones de riesgo más altas que los hombres y los de mayor edad. Las mujeres del ámbito rural percibieron que el manejo de agroquímicos, la vacunación antibrucélica y la molienda de granos eran las actividades más riesgosas para sus hijos. Muchas madres (88%) pensaban que era bueno que sus hijos aprendieran a realizar tareas del campo desde muy pequeños. Casi el 70% de los niños colaboraban en el trabajo con los animales y el 50% había manejado un tractor. En promedio, los niños comenzaban a realizar la primera tarea a los 9,7 años y la segunda a los 12,2 años, pero las edades mínimas fueron 4 y 9 años respectivamente. El 7% de los niños había tenido un accidente en el campo, siendo el más frecuente el aprisionamiento por maquinarias (60%).
En estudiantes de Veterinaria los conocimientos teóricos sobre bioseguridad fueron apropiados, pero eso no aseguró su estricta aplicación en las actividades prácticas inherentes a la carrera. Tanto en estudiantes como en profesionales Veterinarios, la atención clínica fue percibida como de riesgo bajo o medio, contrastando con el hecho que la mayor parte de los AL había ocurrido en dichas instancias. Algunas percepciones no reflejaron el peligro real de determinadas actividades y actitudes. La percepción del riesgo de tareas ciertamente riesgosas como las necropsias a campo fueron calificadas como de riesgo alto por sólo la mitad de encuestados y el tacto rectal, actividad relacionada con la presentación de patologías crónicas en miembros superiores, fue considerada como de riesgo medio o bajo por tres de cada cuatro profesionales. El tránsito en rutas principales fue considerado más riesgoso que en caminos rurales, lo que se contrapuso con la mayor frecuencia real de accidentes en estos últimos. Las percepciones de riesgo fueron mayores en las mujeres que en los hombres y tendieron a disminuir a medida que aumentaba la edad y por ende, los años de experiencia ocupacional (P< 0,01).
4. Uso de elementos de protección personal.
En trabajadores ganaderos la frecuencia de uso de guantes fue mayor en la manipulación de abortos (61%) que en otras actividades estando correlacionada con su uso en los partos y el manejo de cadáveres (r= 0,92 y 0,94 p< 0,0001). Por otra parte, el uso de ropa de trabajo específica, fajas anatómicas, protectores oculares o auditivos fue muy bajo (de 0 a 8%). Los estudiantes de Veterinaria por su parte, utilizaron con frecuencia dispar los diferentes componentes para la protección individual, siendo los guantes los EPP más utilizados. Sin embargo, su frecuencia de uso varió en cada tipo de práctica pre profesional y entre distintas Universidades. No hubo asociaciones entre el uso de EPP y las percepciones de riesgos ocupacionales. Hasta hace algunos años, no existía una enseñanza metódica de seguridad e higiene laboral en las carreras de grado. Sin embargo, esto ha evolucionado favorablemente con la actualización de las legislaciones vigentes, las exigencias de cada institución y las de los procesos de acreditación por parte de organismos nacionales y multilaterales.
La frecuencia de veterinarios que siempre usaban guantes varió en las distintas actividades profesionales y poblaciones relevadas: tacto rectal (94-100%), necropsias (77-100%), cirugías (61-100%), partos (49-100%), podología bovina (58%), mientras que el uso de protectores oculares o faciales fue escaso. Aunque en algunos casos ocurren eventos imprevistos, por ejemplo rotura de los guantes al asistir bovinos durante el parto, no hay demasiadas razones fuera de la imprudencia que puedan explicar las razones por las cuales los guantes y los protectores oculares o faciales no hayan sido utilizados por todos los profesionales durante la realización de cirugías, necropsias y vacunaciones antibrucélicas con Cepa 19. Los veterinarios de pequeños animales y los más jóvenes tuvieron significativamente más probabilidad de utilizar ropa específica cuando efectuaban cirugías (P= 0,004 y P=0,008), atención de partos (P˂ 0,001 y P=0,005), extracción de sangre (P˂ 0,001 y P= 0,019) y manejo de de hormonas o antineoplásicos (P˂ 0,001 y P= 0,023). Por su parte el uso de guantes para esta última actividad fue más frecuente en la práctica con pequeñas especie (P˂0,006).
En grandes animales fue habitual el uso de maneas en las revisiones clínicas (a veces: 84,8%, siempre: 12,2%) o tranquilizantes (a veces: 90,9%, siempre: 3,0%). Todos los profesionales que sólo trabajaban en pequeñas especies utilizaban camillas para examinar sus pacientes (a veces19,7%; siempre 80,3%). Por otra parte, un porcentaje menor usaba tranquilizantes (a veces: 78,8%; siempre: 7,6%), bozales (a veces: 35,6%; siempre: 29,5%) y correas (a veces: 22,7%; siempre: 11,4%) en animales considerados peligrosos.
La protección entre quienes practicaban radiología en pequeños animales fue claramente insuficiente. Sólo el 23% tenía licencia sanitaria habilitante, el 39% estaba inscripto en el servicio de salud y ninguno usaba dosímetro para medir el grado de radiación que recibía, contradiciendo lo estipulado legalmente. Aunque todos los profesionales usaban delantal protector, sólo el 58% usaba siempre protector de tiroides y el 42% guantes. Los veterinarios suelen adquirir equipamientos usados, sin controles periódicos y con mantenimiento deficiente. Si a esto se agrega un uso incompleto de los EPP, el riesgo de padecer sobreexposición aumenta.
En el tránsito vehicular in itinere, la proporción de trabajadores que siempre utilizaban el cinturón de seguridad en rutas varió entre el 80 y el 100%, mientras que en caminos rurales sin pavimentar bajó a menos del 50%. Con respecto a la luz baja durante el día las frecuencias variaron entre el 85-100% y el 52-54%, respectivamente. A la falta de constancia en el uso de estos elementos de protección pasiva y activa del automotor, se unió la utilización de otros elementos que perturban una conducción correcta. Más de la mitad de los Veterinarios de práctica mixta consumían alimentos o hablaban por celular mientras conducían, siendo estas comportamientos más frecuentes entre los jóvenes (P= 0,042) y los profesionales del sexo masculino (P= 0,008). Se debe notar sin embargo, las actitudes en el tránsito in itinere con su vehículo de trabajo no necesariamente reflejó el comportamiento individual durante el tránsito con su familia o en otras actividades.
Tanto la percepción de los riesgos ocupacionales como la frecuencia de uso de EPP in labore e in itinere estuvieron asociadas a variables sociodemográficas como la región geográfica, la edad y el género de los profesionales. En general, la percepción y la utilización de EPP en tareas profesionales específicas fue más frecuente entre los jóvenes (P< 0,01). Por el contrario, el uso de protección individual ante la exposición al frío o el calor ambiental fue mayor en los profesionales de mayor edad (P< 0,01). No se registraron asociaciones entre las percepciones de riesgo y el uso de EPP. Además, la ausencia de correlaciones entre las frecuencias de uso de distintos elementos para una misma actividad fue escasa o inexistente, indicando una real inconsistencia en el comportamiento profesional de autoprotección[O3] .
5. Disposición y descarte de insumos.
Sólo cuatro de cada 10 profesionales consideraron que los residuos patológicos provenientes de la actividad clínica representaban un riesgo para su salud o integridad física, cifra que ascendió al 82% en el caso de los desechos de cirugías, necropsias y abortos. Las mujeres tuvieron percepciones de riesgo más altas que los hombres (P= 0,001). La frecuencia de uso de distintas prácticas para la disposición y eliminación de residuos peligrosos variaron significativamente de acuerdo a diferentes características sociodemográficas de los encuestados. La diferenciación de bolsas de acuerdo al riesgo biopatogénico y su retiro por empresas habilitadas fue más frecuente en la práctica con pequeñas especies. Sin embargo, el 12% las incluía junto con la basura domiciliaria por no tener acceso a empresas certificadas. Hubo una mayor frecuencia de clínicos de pequeños animales (P˂ 0,001) y de jóvenes (P= 0,014) que recurrían a prácticas seguras como el uso de recipientes específicos para descartar las agujas hipodérmicas. Los Veterinarios de grandes animales no utilizaron este último medio simplemente porque lo dejaban en los establecimientos donde habían trabajado, enterrando (33,3%) y/o quemando (78,8%) los desechos clínicos. La mayoría de los Veterinarios rurales descartaba en el campo los guantes usados en cirugías, necropsias, atención de partos o manipulación de abortos y sólo el 4% los trataba como residuo patológico. Todos los Veterinarios desechaban los guantes utilizados en cirugías y tactos rectales, mientras que el 28% reutilizaba aquellos usados en las revisiones clínicas, el 63% los descartaba de manera inmediata y el resto los guardaba para su posterior eliminación.
Uno de cada tres profesionales se cambiaba de ropa al terminar la actividad laboral. Esta proporción fue significativamente mayor entre los clínicos de grandes animales (P˂ 0,001). El lavado por separado fue una de las formas más frecuentes de disposición de la ropa de trabajo, mientras que su desinfección fue una de las prácticas menos utilizadas. Tres de cada cuatro profesionales desinfectaban siempre el cuchillo de necropsia y el 17% lo utilizaba para otras tareas. El proceso de desinfección de este elemento fue más frecuente entre los más jóvenes (P= 0,006).
6. Prevención de riesgos laborales.
El examen médico anual está lejos de ser una norma entre los trabajadores independientes. Este debe incluir el diagnóstico de las zoonosis presenten en el área geográfica. Los grupos de alto riesgo deben estar vacunados pre exposición contra enfermedades como el tétanos o la rabia. No se debe fumar, comer ni beber durante el trabajo, dado que cualquier gesto que lleve elementos a la boca o a los ojos puede servir de vehículo para un organismo patógeno.
El trabajador debe conocer el comportamiento y los instintos de la especie animal con la cual trabaja, cuál es su zona ciega, cuál su punto de balance y cuál su zona de escape. Debe ser paciente y trabajar sin apuros. En grandes animales se debe evitar azuzar los animales con perros, gritos o golpes. El bienestar animal y el bienestar del trabajador no son factores contrapuestos, por lo que las instalaciones deben estar diseñadas para comodidad tanto del animal como del trabajador. Además, deben ser sometidas a un mantenimiento constante para evitar las roturas e improvisaciones. En pequeñas especies, el uso de camillas regulables, bozales y la sujeción de los pacientes por personal entrenado pueden prevenir lesiones por malas posturas, mordeduras y rasguños. La decisión de usar EPP debe priorizar siempre la seguridad y no la comodidad o el precio. Las buenas prácticas viales durante el tránsito in itinere deben acatar simplemente las normas de seguridad vigentes en la legislación local. En muchas regiones, el tránsito vehicular en caminos rurales genera mucho polvo que queda flotando en el ambiente por lo que, aunque no sea obligatorio, es aconsejable encender la luz baja durante el día.
Para prevenir heridas punzocortantes se deben evitar los apuros y tener una adecuada disponibilidad y calidad de personal para sujetar los animales. Esto es más fácil decirlo que hacerlo, dado que muchas veces el individuo se las tiene que arreglar por sí mismo en el manejo de los animales. Nunca se debe deambular con una aguja sin tapa o un cuchillo sin vaina. Las malas prácticas de manejo de agujas y cuchillos por parte del profesional son un mal ejemplo para el personal auxiliar que debe ser entrenado apropiadamente. Las jeringas automáticas como las utilizadas en vacunaciones no deben tener pérdidas y tienen que estar bien lubricadas. La carga de la vacuna no se debe hacer a la altura de los ojos. El frasco puede introducirse en una bolsa plásticas con cierre hermético como las utilizadas en la conservación de alimentos congelados. Luego se puede pinchar el frasco a través de la misma para que, de producirse aerosol, el mismo quede contenido en el interior de la bolsa. La vacunación se debe hacer con una mano, evitando pellizcar con la mano opuesta para evitar heridas punzantes al atravesar inadvertidamente ambos lados del pliegue. El material descartable no debe ser reutilizado y se debe eliminar de manera segura, ya sea desinfectándolo y quemándolo en el campo o retirándolo mediante una compañía autorizada para el transporte de residuos patológicos en las pocas regiones que tienen dicho servicio disponible. Elementos como bozales, sogas y maneas para sujeción, luego de desinfectados no se deben guardar en el hogar sino en el sitio de trabajo. La ropa de trabajo debe ser desinfectada y lavada por separado para proteger tanto al trabajador como a su familia.
El material biopatogénnico debe ser de extremo cuidado y lo debe manipular el profesional competente. Cuando se trate de enfermedades zoonóticas o de fácil diseminación, los cadáveres no deben ser movidos del lugar si no se tiene certeza de que no contaminarán otros lugares o contagiarán a otros individuos. En áreas rurales, la recomendación de quemar o enterrar los cadáveres es impracticable cuando se trata de animales de gran peso y masa corporal. Una alternativa es cubrir con cal y luego con un nylon como el utilizado para la conservación de forrajes ensilados, asegurando los bordes para evitar que el clima u otros animales puedan removerlo. En la clínica de pequeñas especies, los residuos biológicos deben ser tratados como residuos patológicos y recogidos por empresas habilitadas en aquellas ciudades que cuenten con dicho servicio.
El trabajo con animales está íntimamente asociado a EP y AL, siendo los propios trabajadores los principales damnificados por la falta de observación de normas mínimas de prevención. Se necesitan cambios de conductas negativas que implican no sólo el saber qué, por qué y cómo hacer, sino también el querer hacer frente a la exposición a riesgos laborales. Es necesario mejorar las instalaciones y las condiciones generales de trabajo, concientizar las nuevas generaciones y extender el conocimiento a la sociedad en general para disminuir la exposición a los diferentes peligros para la salud pública y aumentar la frecuencia de adopción de prácticas seguras. Se propone efectuar esfuerzos educativos interinstitucionales para evitar futuros eventos perjudiciales para la salud, teniendo como objetivo primario los estudiantes universitarios y los jóvenes trabajadores